Identidad y orgullo cultural en Nuevo Casas Grandes: el caso del Boulevard
Juan Durán Arrieta
Quizá no puse el énfasis adecuado, o no supe darme a entender, pero cuando se quita un nombre, parece que sólo desaparece el nombre, pero no lo que nombra, es decir, no a lo que se refiere.
Lo pregunté en cabildo en la sesión ordinaria antepasada.
—¿Quién decidió ponerle “Corredor Turístico Constitución” al proyecto de remozamiento del “Boulevard de las Culturas”?
Tuve que hacer una intervención larga. Hice el recuento de la interminable tarde que dialogué con el entonces presidente municipal electo Jesús Manuel Pendones Fernández, yo recién había viajado a la Ciudad de Camargo, le dije que allá había un gran orgullo por sentirse camarguense, por pertenecer a esa tierra. Había estado comiendo en un restaurant donde exhiben un enorme vitral con las fotos de los camarguenses distinguidos en las distintas disciplinas de arte, deportes, ciencia, o, alguna actividad única.
Aquí, no tenemos ni siquiera un monumento del cual sentirnos orgullosos, —le dije a un Pendones ávido de proyectos de trabajo. Fue un presidente que se distinguió por la claridad de sus ideas, y, por su contundencia en toma de decisiones.
—No tenemos nada. Ningún monumento ¿Qué debemos hacer entonces? —me pregunta entre sorprendido y desalentado.
—Nada de dónde podamos agarrarnos y generar identidad —le dije— Parece poco, pero no lo es —insistí.
—¿Qué podríamos hacer? —volvió a preguntar.
Le conté la historia de la conocida política Doña Rebeca Anchondo a quien, en mis labores de periodista entrevisté muchas veces durante su larga vida de mujer política incidiendo en la vida pública del municipio y su región. Eran las épocas del partido único, su partido, el Revolucionario Institucional.
Me contaba que con frecuencia Luis Donaldo Colosio el malogrado candidato a la presidencia de la república, visitaba su casa cada fin de vacaciones.
Como se sabe, Luis Donaldo Colosio fue originario de Magdalena de Kino, Sonora, y, como estudiaba en el Instituto Tecnológico de Monterrey en esa ciudad del mismo nombre, solía trasladarse por nuestras carreteras a retomar sus clases. Buscaba traer tiempo suficiente para hacer escala y quedarse a dormir en casa de Doña Rebeca con quien cultivaba una solida amistad. Colosio era muy joven, me decía. Priístas ambos.
Durante cada visita, invariablemente, Luis Donaldo Colosio le pedía que lo paseara por las dos calles al lado de las vías por donde cruzaba el tren que viajaba de Ciudad Juárez a la Junta, Chihuahua y viceversa.
—Es muy bonito ese lugar que tienen ustedes en esta ciudad —dice Doña Rebeca que le confiaba cada vez que lo veía.
—Es más, creo que no hay una ciudad en todo el país con un boulevard como éste, unas vías y una calle en cada costado —le dijo Colosio varias veces durante el paseo.
Doña Rebeca me lo confiaba muy oronda, pavoneada de emoción por el sentido del gusto de Colosio, y, por la relación que guardaba con este malogrado personaje que estuvo a punto de ser presidente de la república.
Una vez contada la historia, le dije a Pendones.
—“Ese paseo, esas vías nos dieron origen y pueden ser nuestra identidad. Si Colosio veía que en ella se marcaba un signo distintivo de la ciudad, ¿Porqué no convertir ese lugar en un monumento que nos distinga?” —propuse encarrerado, pero entusiasmado por sentir que encontrábamos algo que nos diera identidad.
—Tienes razón. Hay que lograr definir ese paseo como un monumento.
Le propuse que fuera un reconocimiento a las múltiples culturas que aquí se encuentran y aquí residen.
Puso manos a la obra. Su administración que, como muchas, tuvo problemas, se distinguió por algunas obras, y por la capacidad de gestión que caracterizaba a su entonces presidente municipal en la persona de Jesús Pendones Fernández.
Se decidió dedicar cada cuadra a cada una de las culturas que componen este noroeste de Chihuahua. Toda esta larga historia la conté en el cabildo, un tanto molesto, porque se amenaza con el nuevo nombre de “Corredor Turístico Constitución”, un nombre absolutamente vacío, porque no dice nada.
—¿A quién se le ocurrió un nombre tan vacío? —pregunté un tanto airado y tratando de convencer con mi relativa molestia.
—¿Qué dice y a quién describe? —hubiera querido decir también.
Se determinó que retorne su nombre porque ello representa identidad. Ello representa una característica distintiva de Nuevo Casas Grandes. “Boulevard de las Culturas” insistí. Porque luego se trata de hablar de cuatro culturas cuando somos muchas más, sobre todo si incluimos a los grupos originarios que han migrado del sur del país. Hay lugares que, de no ser por ellos que se han instalado ahí, hubieran desaparecido.
El fin de semana antepasado fui invitado por la Universidad Pedagógica Nacional del Estado de Chihuahua a una conferencia sobre las culturas del noroeste de Chihuahua. Allá, en aquellas tierras lejanas suelen desarrollar y ofrecer la Maestría en Educación Intercultural. Ante un auditorio lleno presenté trabajos que he ido construyendo sobre la idea de mirar al noroeste de Chihuahua como un crisol de culturas.
Allá en Guachochi, querían que disertara, es decir, que les compartiera cómo se ve el noroeste de Chihuahua, pero, sobre todo, cómo convivimos esa multitud de culturas. Esto es, querían ver cómo se vive intercultural y multiculturalmente hablando.
Les comenté la anécdota que describí arriba. Les dije, como se lo dije a la alcaldesa actual, no es una o tres o cuatro culturas, son múltiples culturas, tantas que es mejor no determinar algún número so pena de terminar olvidando y siendo injusto.
Maravillados por la enorme diversidad, poco a poco fui manifestando y explicando algunas características de cada cultura. Desde el idioma comienzan las diferencias. En el noroeste de Chihuahua se habla aparte del español, el inglés, alemán bajo, mixteco, raramuri, tojolabal, tzetzal, tzotzil, y muchas lenguas más.
Hablé de que ir a la populosa colonia Villahermosa los domingos, significa encontrarse ahí en una babel de lenguas y costumbres. Esa multitud de hablantes y lenguas variadas provocan una experiencia singular. Cuando ando ahí, en la colonia Villahermosa los domingos, me preguntó si habrá otro lugar en el país donde, un domingo cualquiera, se pueden escuchar los sonidos de tantas lenguas diferentes, de tantas maneras de ver el mundo. La riqueza es enorme, y el reto de comprender esta sociedad multicolor mostrándose en un solo lugar al mismo tiempo, resulta a veces inenarrable.
En Guachochi quedaron asombrados con este crisol de culturas. Y, cuando observo la forma como se sustituyó el nombre del Boulevard de las Culturas, por “Corredor Turístico Constitución” de inmediato imagino la forma como esta modernidad vacía y convierte en instrascendentes las cosas realmente humanas y más profundas. Y, en este caso, hacerlo con el significado bien importante de algo fundamental como “El boulevard de las culturas” es mucho, porque nos define y nos pone a todos en un horizonte de comprensión al que no cualquiera puede asomarse.
La modernidad, es decir, los tiempos que vivimos, suelen influir para un proceso de vaciamiento de lo humano, realmente humano. Reducido todo a la economía entendida ésta como una serie de actividades que significan establecer un balance entre pérdidas y ganancias, lo humano, como no puede ser convertido en mercancía, resulta intrascendente porque no aporta ganancias, ni aporta valor económico.
El valor del nombre “Boulevard de las Culturas” es un valor de identidad, un valor de comprensión y de horizonte desde el cual podemos catapultar, es decir, lanzar una serie de proyectos, que, luego de reconocer su valor cultural, puede traducirse en un valor económico o monetario, no al revés.
En Guachochi donde la interculturalidad la traen a flor de piel ante la convivencia que se genera con los grupos originarios raramuris, ódames, guarojíos, y algunos tepehuanes, principalmente, se asombraban de que acá, en el noroeste de Chihuahua se viviera esta diversidad tan inmensa, y, muchas veces incomprensible.
Planteé que vivir el crisol ha tenido diversas manifestaciones concretas que luego se han apagado como fue el caso del Festival Nueva Paquimé “Esplendor de Culturas” que por varios años persistió. En ese festival —dije allá— cada grupo o cada etnia exponía diversas manifestaciones de su cultura, principalmente su gastronomía, sus vestimentas, sus rituales religiosos y de trabajo, y exponían algo de su cosmovisión a través de las fotobiografías o de otro tipo de expresiones, por ejemplo, el trabajo y sus productos.
Esas actividades que por un tiempo se realizaron cada año, han dejado de realizarse, por lo tanto, nos hemos perdido en esa ruta de reconocernos como una multiplicidad de culturas, donde, todas juntas estamos obligados a vivir en comunidad…